La primera y única vez que Merril Garbus y yo intercambiamos miradas, yo ya había reflexionado mucho sobre su música y su persona. Estaba absolutamente fascinada, y continúo, con su actividad artística, sus decisiones, su búsqueda y su activismo. Pero a ambas nos pilló a contratiempo y el intercambio de palabras no se pudo dar. En ese preciso instante Carlos y yo estábamos en la terraza del Bitterzoet haciendo tiempo antes del concierto. Nos habíamos empachado de Nikki Nack y Whokill. Íbamos en calidad de “muy fans” o un nivel más allá. Ella justo salía de la sala del brazo de Nate Brenner, bajista de Tune Yards, además de su mano derecha y pareja sentimental. Iban con mucha prisa, probablemente buscaban relajarse y comer algo antes del gran momento. Y en ese instante nuestro, ella pensaría, mira una fan que me ha reconocido. Y yo, con mi habitual despiste, me quedé preguntándome internamente ¿será ella o no será? Y así cruzamos las miradas y así me quedé yo pensando qué le hubiese dicho.
Una hora después entrábamos por la puerta de la sala Bitterzoet en Ámsterdam. Tendríamos el privilegio de asistir a la puesta en escena de Tune Yards. En casa habíamos tenido muchas conversaciones en torno a este último disco. Que si no sonaba con la fuerza y pureza en bruto de Whokill, pero sin duda era su álbum más detallista, con más producción y arreglos. Que si las melodías en la primera escucha eran más duras y difíciles de asimilar que temas como Gangsta o Bizness. Pero, sin embargo, sus letras seguían siendo crudas y directas, lanzadas con el mismo grito desde las entrañas. Envueltas de ritmos étnicos, lejanos de sonidos norteamericanos, y plagadas de toques naif, porque solo los niños son capaces de mantenerse cuerdos en un mundo como este que nos envuelve.
Descubrimos a los teloneros Sylvan Esso, que lo dieron todo con su synthpop bailable. El ambiente ya estaba creado. Buen rollo, músculos estirados y cuerpo en forma para llevarlo tan arriba como Garbus y su crew decidieran.
Crisis que te pillan en bragas
Merril Garbus estuvo a punto de dejar la música. Ya había pegado el gran salto con Whokill, su segundo trabajo. Pero las crisis no entienden de famas, aunque lo tuyo no sea el mainstream. Y, después de la tormenta y de un viaje a Haití, llegó Nikki Nack. El arte siempre estuvo en su vida. No podía ser de otra manera teniendo unos padres hippies en continua experimentación. Su educación siempre había sido muy libre y crítica. Y, aunque en un momento renegara de dedicarse a la música y eligiera la interpretación y las marionetas, estaba escrito que tenía que expresarse mediante esta disciplina.
Así que se especializó en ukelele y percusión. Criada en un país de doble moral, EE.UU, Merril solo podía cantar a esas tremendas contradicciones del sistema en el que vivimos, que normalmente suelen estar vetadas en la fórmula de bandas indies. “No hay agua en la fuente de agua”. “Vengo de la tierra de la vergüenza”. “Hey, vida, te estoy llamando por tu nombre, pero todo lo que escucho es eco”. Todo sin caer en el panfleto y experimentando siempre. Del lo-fi de Bird-Brains, su primer disco grabado con una grabadora casera, pasó al hi fi. Y después llegó a melodías totalmente alejadas de nuestros ritmos occidentales. No ha parado hasta experimentar y preguntar-se para llegar a su voz y su verdadera esencia en esto de la música. Aunque aún es muy joven, 35 años, y le queda mucho por descubrir. Por el momento ya ha vivido en Kenya, durante la universidad, y en Haití, antes de grabar Nikki Nack. Y esta influencia de ritmos africanos y caribeños se nota profundamente en todos sus movimientos.
La pureza de Tune Yards sin filtros
Y así, curada de esta depresión de identidad; con más conocimientos de cómo no dejarse la garganta al cantar y de bailes y ritmos haitianos; y en conclusión más franca con ella misma y con sus seguidores, se presentó con su vestido de escamas verdes ante el público amsterdamer. Lo primero que nos sorprendió fue la formación de la banda. Para esta gira enriquece sus loops grabados de sonidos múltiples, voces, palmas y percusión, con un coro de dos fantásticas voces, Jo Lampert y Abigail Nessen Bengsom. Nate Brenner, con los sintetizadores, bajo y coros, es claramente la otra mitad de Tune Yards. Y Dani Markham es el complemento a la percusión de Garbus, a la batería y coros. ¡Increíble energía la que transmite toda la formación!
Pensábamos que los platos estrella de la noche serían los singles más aclamados de Whokill. Y nada más lejos de esta realidad. Los asistentes nos entregamos al máximo con cada uno de los temas que tocaron, fuesen del disco que fuesen. La actuación estuvo llena de pura organicidad y generosidad, que nos envolvió a cada una de las que estábamos allí.
Merril Garbus, referencia musical y personal
Lo que más me gusta de Merril no es que huya del hype, lo odia. Ni que después de conseguir un éxito mundial casi decidiera dejar la música por no poder responderse a sus preguntas. Ni que busque en otras culturas para comunicar y expresar. Ni que rehuya de todo estereotipo para mostrarse frente al público y a veces roce el transgénero. Ni que estuviera implicada en el movimiento Occupy Wall Street. Ni que verbalice todo esto en los medios. Ni que se deje un bigote maravilloso y huya de convencionalismos femeninos extremos y luego use las pinturas de fantasía más increíbles y hable con marionetas. No cabe en un molde y eso es perfecto. Lo que más me gusta de Merril Garbus es todo eso y que con cada paso que da se empeña en vivir plenamente y se pregunta y se frena y se intenta responder y, aunque tenga miedo, continúa. A pesar de que ello lleve implícitas todas sus inseguridades, que pone en el escaparate adrede para tenerlas en frente y así poder superarlas. Y así somos todos y todas, ¿no? Habitantes de este planeta frágiles y asustados, pero con toda nuestra energía puesta para que nuestro corto camino por esta vida sea lo mejor y más intenso posible y al mismo tiempo podamos sacar nuestra máxima esencia a nuestro paso.
Y aquí recuerdo unos versos de Fernando Pessoa que el otro día una amiga posteó. «Llega un tiempo en que es preciso abandonar las ropas usadas, que ya tienen la forma de nuestro cuerpo, y olvidar nuestros caminos, que nos llevan siempre a los mismos lugares. Es el tiempo de la travesía: y, si no osamos hacerla, nos habremos quedado, para siempre, al margen de nosotros mismos.»
No os quedéis al margen de vosotras mismas! ¡Vivid, cantad y bailad como lo hace Merril Garbus!