Utrecht-Ámsterdam- Ámsterdam-Málaga-Málaga-Almería-Almería-Viator
Sin duda, de todo el trayecto que comenzaba un viernes a las 16.30 de la tarde y acababa un sábado a las 12.45 del medio día, lo más temido eran las cinco horas de autobús desde mi ciudad adoptiva, hasta el pueblo que me dio origen como criatura Rueda y Curra. Hasta hace muy poco había mejores conexiones de autobuses entre una ciudad y otra. Y ahora, si eres de las valientes que se decide por esta opción, además de curtirte como persona y hacer un máster acelerado en situaciones surrealistas del sur de España, que ni como oriunda te esperas, te chupas cinco horazas en el asiento de un autobús Alsa, que además de dejarte un estupendo culo-carpeta, hace que una se encuentre consigo misma. Y a veces, podemos llegar a sorprendernos de que, pese a vivir la vida entera con una misma o con uno mismo, el poco tiempo que le dedicamos a auto-cogernos de la mano y evadirnos del mundo un ratito para pensar o para balbucear cantos de mono, si se quiere, pero al fin y al cabo, para cuidarnos un poco por dentro, es ínfimo.
Y después de esta introducción, que espero que no haya sido muy soporífera, pero que muchos sabéis que atiende a mi manera de expresarme hablando, (“¡¡¡Cállate, Laura!!!”. Esto es un guiño, que todo hay que decirlo), comienzo un tema del que hace tiempo tenía ganas de hablar.
7.15 de la mañana. Mi autobús sale a las 8.00 y me acosté a las 5.30. ¿Cómo es posible que no haya sonado el despertador si ayer casi no me voy a dormir para, precisamente, no dormirme? Sabía que esto iba a pasar, no sé por qué siempre pienso que he cambiado y estoy prosperando en esto de madurar. Llegar a mi pueblo es una verdadera odisea y mi familia en pleno me está esperando para achuchones varios y recetas culinarias de nuestra familia, muy Curras. ¡Para ver a mi familia merecen la pena las 5 horas y lo que haga falta! De nuestro clan siciliano-viatoreño ya hablaré en otro post, ¡muy necesario!
Volviendo al autobús, me paso el viaje cambiando de la postura alcayata a la postura budista. Y justo cuando consigo que el dichoso Morfeo llegue al punto exacto de sueño en la decrépita carretera secundaria que mi Alsina atraviesa, justo en ese momento, el autobusero dice que paramos en un pueblo tres cuartos de hora. ¿45 minutos, nene? Esta procesión de paradas cada kilómetro y medio llega a su punto álgido con la oportunidad de descubrir el pueblo en una hora menos un cuarto.
Después de inyectarme un café en la barra de la cafetería de la estación y volver a recuperar la capacidad para pensar, miro el reloj y veo que solo han pasado 10 minutos. Y llego por fin a lo que iba, que es a encontrarme con el kiosco que tiene la Rockdelux, (y no la Rockzone, ¡lo siento, rubio!), y me la compro. Siento la chapa, pero ir en un bus te estimula la neurona de tocar las teclas más de la cuenta.
Hace ya un tiempo que me lleva poniendo de los nervios la tendencia actual de las publicaciones musicales de «posturear» en la máxima expresión de la acepción del verbo más de moda. Que yo entiendo que a todos nos gusta el petardeo y que el «postureo» se ha convertido en un reclamo estupendo para vender o al menos para hacer que se lean los artículos. Pero algunos de ellos ya aburren, no aportan nada. La verborrea en ocasiones se convierte en una sucesión de insultos a colectivos varios. Tanto es así, que los redactores insultan a sus lectores y se quedan tan panchos. Porque insultar a feministas, veganas, activistas, tatuadas, modernas, hippies y hipsters que resultan ser anti-hipsters, ¿o era al revés?, es meterse con el grueso de los lectores y lectoras. Desde mi punto de vista. Y aun más, ¿por qué se lleva tanto meterse con la tribu hipster si al final los que lo hacen son una calcamonia del hipsterismo por excelencia? O, para ir al grano, ¿por qué los hipsters no quieren ser hipsters? Esto es algo que puede dar para mucha literatura también.
En fin, que me he puesto a «verborrear» y voy a tener que acabar el post sin profundizar en lo que yo quería. Así que he cambiado el título del principio y lo voy a usar en el el otro post que hablará del momento en el que el arte se posiciona política y socialmente. O al menos reivindica algo. En la Rockdelux de la que os hablo aparecían artículos-entrevistas-reportajes sobre The Knife, Pony Bravo, The Durruti column, Meshell Ndegeocello, Fermín Muguruza o Tachenko, por poner solo algunos ejemplos. Todos estos grupos se posicionaban de alguna manera, en esto de la reivindicación. Hoy he participado en un hangout con Manel, un grupo que me gusta mucho, que ha organizado la publicación Playgroundmag y les he hecho esa pregunta. Siempre dejan claro más o menos lo que me han respondido. Que se puede hacer, pero que no es obligatorio. Posicionarse, claro. Y no digo yo que lo sea, pero ¿por qué algunos grupos se ponen a la defensiva cuando se les pregunta por este tema? Expresar es muy amplio, no hay que hacer canción protesta para mojarse con algo. Y aprovechando esta frase, recomiendo una publicación musical que merece mucho la pena y tiene todo el sentido del mundo, Musicotrópico.
Segunda y tercera parte le queda a este tema, pero… resumiendo. ¿Postureo y hipsterismo? Claro que sí, todo en su justa medida está muy bien. A todos nos gusta ir a la última o hablar de cosas que están en el candelero en ese momento. ¿Ir hecho una calcamonia y que no nos falte ni un detalle en complementos o grupos en el iPod? Pues mira, en eso no estoy de acuerdo. El plastiquete en exceso sabe a eso, a superficial. Un poco de personalidad se agradece. En todos los aspectos de la vida. Y tercero, para despedirme. ¿El arte actual y más aun, la música hipster, tienen que estar desvinculados de un mensaje para molar más? Pues este tema me interesa y me gustaría desgranarlo poco a poco. Y ya os contaré más cosas con las que relaciono este tema. Pero ahora, voy a terminar este post de manera un poco brusca y sin decir nada para irme a la cama… a posturear también, ¡a mi manera!