No existe bien o mal. Solo existe tu voz

A los 23 años pensé que había completado todo el ciclo obligatorio de inseguridades que te exige el protocolo de la adolescencia y de la juventud para pasar estas etapas incómodas llenas de pavo, y de pavor, de granos y de preguntas existenciales. A los 23 años me sentí la mujer más segura del universo. ¡Me sentí tan segura que hasta me dio miedo! ¿Cómo se iban a haber acabado todas mis incertidumbres? ¿Ahora empezaba el momento de súper mujer que lo iba a tener todo claro? Me quedé paralizada incrédula, me admiré, me asombré y me dije a mí misma, no te pares y «tira pa’lante». Pensé, luego analizaré cómo he llegado hasta aquí, pero tienes la fórmula del triunfo y de la felicidad, ¡te vas a hacer de oro! Los que me conocen se estarán riendo mucho, pues no hay nada que caracterice más a Laura Rueda que su impaciencia y su dispersión. Creo que esta etapa duró unos meses, hasta que me enfrenté a un reto que me dio más quebraderos de cabeza o a un proyecto que me quitó el sueño y me hizo replantearme de nuevo todo lo que pensaba que ya había aprendido.

Hoja en blanco

Llevo semanas asustada con el síndrome de la hoja en blanco. Empiezo entradas-posts que no me convencen del todo y las acabo guardando en borradores que el polvo del hiper espacio esconderá, digo yo. Esa «inconcretez» que caracteriza a estos momentos es la responsable de que, aunque mi madre me insista hasta la saciedad, aun no haya terminado ningún libro. Lo de empezar me cuesta menos, mira tú por donde… Por eso, cuando luego veo esas escenas de película que caricaturizan estas situaciones, me veo calcadita. Admitámoslo, odiamos fallar, odiamos tropezar y equivocarnos y cuando lo hacemos lo escondemos como si se tratara de polvo debajo de una maleta. Soy consciente de que con esta frase 1) he dicho dos veces la palabra polvo en un post y 2) doy sensación de hacer eso cuando limpio y de ser una guarra… ¡que era una metáfora! El caso, y volviendo a eso de fallar en el día a día, es que, cuando nos vemos identificados en situaciones tan humanas empatizamos y nos reímos. E incluso somos menos severos con nosotros mismos. Este es uno de mis ejemplos favoritos de la ficción. Es la parte de la película «Cuando menos te lo esperas» en la que el personaje interpretado por Diane Keaton, dramaturga de profesión, está pasando por uno de los peores momentos de su vida debido al amor, pero que, precisamente por eso, le suscita más ideas a la hora de escribir y, no puede parar de crear… ¡ni de llorar! ¡No me canso de ver esta escena y siempre me río muchísimo!

Y es que, no nos gusta que nos cuenten milongas. Lo odiamos. Hace unos años un amigo, ensimismado escuchando una historia que le contaba, casi aplaudía al final. ¿Pero qué te pasa?, le pregunté. Estoy contándote una anécdota de mi vida, no es para que te pongas así. Precisamente por eso me pongo así. Porque me ha atrapado, me ha emocionado y me ha convencido. Se nota que es una historia tuya, que es de verdad. Y así es, amigos creadores. Nos tiramos la vida buscando la historia perfecta con escena cómica, éxito y beso incluido, pero no nos damos cuenta de que las mejores historias están a nuestro alrededor.

Quizá tenga que perseverar más en ellas, pero soy consciente de que las claves de la felicidad están pululando a mi alrededor. Las claves del éxito no me interesan, lo siento mamá. Pero escribiré ese libro, ¡no te preocupes! Por eso hoy, cuando he visto el vídeo que a continuación os pongo, he visto claro que tenía que escribir un post para compartir con vosotros todo esto de la creación y de los quebraderos de cabeza que me da. Que, al igual que el post de Mi vida siempre tuvo banda sonora, dará para más de una, de dos y de tres publicaciones. Porque la música y los dilemas a la hora de escribir, para bien o para mal, siempre estarán en mi vida. La música siempre para bien, ¡eh! Santificada seas, que me salvas de tantos malos momentos.

Nirvana 2

Y de todo esto va este vídeo que os paso. De música, de creación, de historias en primera persona que te crees y te entusiasman… y de casualidades también. Porque me he topado con él sin buscarlo y ayer mismo vi un documental con el (mi) Rubio sobre la mítica sala de grabación Sound City, que el protagonista de este vídeo, Dave Grohl, dirige.

Os dejo con un speech que el líder de Foo Fighters dio para inaugurar el mítico festival SXSW y que, aunque es un poco largo, os recomiendo. Se trata de una historia de música, pero que se puede aplicar a otros terrenos, que habla de buscar la voz de cada uno y cuando la hayamos encontrado, hacerle caso y seguirla y mimarla. No existe bien o mal. Solo existe tu voz. Así que cuando te topes con ella, no lo dudes, ¡porque es tuya, porque es tu verdad!

<p><a href=»http://vimeo.com/62212999″>Dave Grohl – Keynote speech at SXSW – Subtitulado Español [14/03/2013]</a> from <a href=»http://vimeo.com/foofightersargentina»>Foo Fighters Argentina</a> on <a href=»http://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>

¿Hacer el ridículo o no hacer nada?

Aun recuerdo uno de mis primeros miedos. Era muy pequeña y al abrir un libro solo veía letras que no entendía. Mi yaya Leonor me tranquilizaba y me decía que era normal, que aun no tenía la edad, pero que pronto iría al cole y aprendería a leer e incluso me apasionaría entrar en aquellas historias que los libros guardaban para mí. ¡Cuánta razón tenía y cuántas veces me he acordado de ese momento! Cuántas veces sigo echándola de menos ahora que ya no está… Nuestras conversaciones, nuestros momentos de abuela-nieta.

Las inseguridades y la impaciencia siempre me han acompañado, creo que juntas muchas veces pueden ser un cóctel explosivo. Tú quieres hacer las cosas bien desde el principio y resulta que no, que todo tiene un aprendizaje. O tal vez, en ocasiones, no quieres hacer el ridículo y te quedas ahí apartada viendo la vida pasar. Claro que, después de unos años de batacazos me dí cuenta de que esto de vivir no iba así. Era mucho mejor tirarse a la piscina y al menos hacerlo y equivocarte a no hacer nada y no tener esa experiencia/conocimiento. Pero empezar, hacer algo, no quedarse ensimismada, boquiabierta, petrificada… ya me entiendes.

Cuando tenía 6 años mi mejor amigo se llamaba Mario y era, posiblemente, lo que podíamos llamar el macarra de clase. Yo no tenía nada que ver con esas niñas de faldas blancas y celestes, pelos lacios y estuches con todo tipo de colores perfectamente alineados. Yo era… otro tipo de niña, dejémoslo ahí. Hacer canalladas con mi amigo el malote era mucho más fácil que intentar hablar con ellas para ser de su grupo, ya sabéis. Hasta que un día me atreví a sentarme al lado de una, le pedí prestados sus maravillosos Plastidecor para colorear un dibujo y ¡glups! Olvidé que además de impaciente e insegura siempre he sido tremendamente torpe, rompí por la mitad el color rosita. ¡Tragedia! Claro, nunca pude ser de este grupo de niñas, pero empecé a tener más amigos además de Mario, a socializar a la pequeña fierecilla que estaba hecha. Descubrí, claro, que no podía ser del grupo de las niñas populares, pero que tenía otras virtudes personales.

Aun así, no nos engañemos, los miedos siguen estando ahí. Y me encanta ese momento en el que después de sudores y bloqueos y ponerte roja llega el día en el que ese miedo se ha suavizado o quizá, con mucha suerte, se ha superado. Pero claro, nada es milagroso y, como decía Picasso, que la inspiración me pille trabajando. Basta de lamentos, ponte manos a la obra y enfréntate a ese miedo que te corroe. Te lo digo a ti, pero me lo estoy diciendo a mí principalmente. Hoy al leer el blog de mi querida hada madrina, Gaby Castellanos, me encontraba con este ejemplo de coraje que me ha puesto de muy buen humor.  Y que, por supuesto, sin remedio, me ha hecho acordarme de nuestro querido Napoleon Dynamite.

Pues eso, nuevos miedos, nuevos retos, pero, ¿qué es la vida si tienes la sensación de haberlo hecho ya todo en algún momento? Espero no experimentar esa sensación hasta que tenga 99 años por lo menos. Allá voy, a lanzarme a mis nuevos retos y a intentar que ningún miedo me frene.